Poemas de Andanzas
Cuán necesario es pisar la tierra,
rodeado de cardos y retamas.
Vides y cereales por lindes
y el sol dorando el alba.
Así son los campos de Madrid,
así es Castilla, la humilde,
que no presume de grandes bosques
pero sabe cuidar al pobre.
El milano como vigía
sombrea la llanura;
las perdices atolondradas,
desnudas tras la siega.
El horizonte es amplio
y fuente de vientos sin cobijo;
mensajero de noticias pasadas
y camino de consecuencias.
Cuán necesario es pisar la tierra
rodeado de tus miedos y tormentos
porque en ella descansa
tu esperanza y consuelo.
II
Es la arcilla la que sostiene,
cada paso que voy dando;
De arcilla me hiciste,
desde entonces voy vagando.
Y soplaste tu aliento,
recibiendo yo la vida;
Por eso busco el viento,
cada cima de colina.
Es la arcilla la que permite,
que las aguas no se filtren;
tu espíritu tantas veces
no pasa de las sienes.
Y los charcos permanecen
tantos días inalterados
soportando las heladas
sobre el barro entumecido
Aguantarán hasta el estío
muriendo hacia el cielo;
no filtrando hacia abajo,
esperanza en el regreso.
Quién creyera que de estos lodos,
algo de provecho va a salir;
Sin saber que el ciento por uno,
desde lo perdido ha de venir.
Es la arcilla la que sostiene,
cada paso que voy dando;
gracias por dejarme errabundo
para así morir buscando.
Salgo a pasear como un desahogo,
que me libera de la muerte ordinaria;
el contacto con la tierra me liga de nuevo,
al sentido de la vida distanciada.
Por qué se perdió el contacto
con la tierra que nos vió nacer;
aislados el la urbana penumbra,
ajenos a la vida del crecer.
Retamas y álamos de ribera,
en el cauce seco estacional;
y sin embargo cobra sentido
la espera estéril estival.
Cobra sentido la espera,
cuando debajo de ti está la tierra;
desaparece rastro de ella,
y la angustia fluye reseca.
Busco raíz que me agarre,
con fuerza y proteja del viento;
porque sólo en la lucha airada,
la madera se torna en acero.
Salgo a pasear como escape,
de la mirada al infinito;
que sólo allí se encuentra
lo que llama con urgencia mi aliento.
Tiene algo el mediterráneo
que en su aridez le hace bello;
aromáticas rompen el tedio,
gracias al calor del sesteo.
Me adentro en el pinar,
donde ensordecen las chicharras;
como si de otro mundo se tratara,
mis urgencias desampara.
La caliza del suelo,
forma cuevas por doquier;
caídas pronunciadas,
y esculpidas por verter.
y subo hasta la cima,
desde donde oteo el mar azul;
y todo cobra sentido,
quedó atrás la confusión.
Los coleópteros no me esquivan,
y contra mi pecho golpean algunos;
Como invitando al caminante,
a no volver como vino.
Vino pensativo y cavilante,
dejando atrás la ciudad;
huyendo del asfalto asfixiante,
buscando volver a vibrar.
Vino vacío y sombrío,
alejado del don de la vida;
siempre que sube el monte;
descansa al llegar a la cima.
Poemas de Corredor
Difícil expresar lo que siente,
quien corre sin motivo alguno;
pero sabe que todo se detiene,
bajo el cielo de cada uno.
Cuando no se toca el suelo,
lo que se eleva es el alma;
Pues brota de su centro,
todo el cauce que derrama.
El ritmo se acompasa,
uniendo paso y respiro;
pero es hasta la palabra,
la que brota a ese ritmo.
Rezar es inmediato,
fácil y naturalmente mana;
aquello que el corazón herido,
perdió en aquella mañana.
Desconecta el corredor
de lo que le ata a este mundo;
para contemplar desde lo alto,
lo que siempre estuvo oculto.
Y corre pesando y sabiendo,
que su fin no es la meta;
sino seguir corriendo,
contemplando las promesas.
Abrázame por la noche
abrázame con tu frío,
para que entre en calor
mi cuerpo yerto.
Entrar en ti es como alcanzar
un horizonte en constante movimiento
presencia inconstante
andar perseguido.
Abrázame ¡oh niebla!
que enmudeces la noche,
difuminas las sombras
e igualas los destinos.
Corro hacia ti y en ti,
necesitando perderme en ti,
para no necesitar oriente,
que limite mi destino.
Le faltó al Cántico de Daniel
referirse a ti,
por eso yo te grito ¡Nieblas!
¡bendecid al Señor!
Lo envuelves todo
y de humedad lo vivificas.
Se revelan a tu paso
los portadores de alta tensión.
Das sentido a la quietud y al misterio,
de no tener que levantar la vista,
de centrar el tiro en uno mismo,
y rezar en tu detenida soledad.
Apenas está la noche en huída,
atrapada entre la helada y la bruma;
la quietud amordaza el silencio
tan sólo roto por por el paso recto.
Y comienza a rayar el alba
difuminando toda la calma;
Mezclando la parte en el todo,
y abriendo al sonido lo sordo
El rayo de luz provoca,
que el lago de bruma arda;
lanzando su aliento a los cielos
llenando de vida el infierno.
Luz y tinieblas compiten,
duelo en que ambas se rigen;
Pero vence al final el aliento
de la vida que revive lo muerto.
Protegido quedó bajo escarcha
aquel que esperaba la vida;
oculto del aguijón de la muerte,
esperando la luz que ya viene.
Señor tú vences siempre,
tu luz al fin resplandece;
levantando el pesado lastre,
de aquello que nos mete en la muerte.
Brilla la luz de la vida,
y la tiniebla huye vencida;
Tienes la última palabra,
en una vida donada.
Tira siempre el cuerpo hacia abajo,
cuando el día se levanta con niebla,
y la oscuridad no deja con vida,
el más leve atisbo de cielo.
Pero salgo a correr y a comer niebla,
y me pierdo en la espesura de su bruma.
Dejo que el rocío moje mi cabeza,
y toda mi alma quede encharcada.
Nieblas del Señor, bendecid al Señor
Rocío del Señor empápame.
Sólo tú gobiernas este temblor,
que intercede en mi rescate.
Necesito penetrar en lo escondido,
de tu niebla cada mañana,
para que el día tenga sentido,
y no me confunda la nada.
¡Ábreme mi Señor!
que mi cabeza está cubierta de rocío.
No sea la pereza mi derrota,
que impida tu beso en mi alma.
Correr por The Moor, de Ilkley
te atrapa en un tiempo antaño,
te atrae como el páramo a la niebla,
y te descubres libre de nuevo.
Vienen a la memoria los relatos arcanos
que las hermanas Brontë imaginaron,
de amores desmedidos o imposibles,
caminando bajo el mud ennegrecido.
El brezo abunda en su letargo,
esperando que la primavera lo despierte,
para florecer el lila de sus flores,
y atraer los enjambres sedientos.
El viento arrecia,
pues no hay protección alguna,
Los pies se hunden bajo el agua,
de los charcos que el mud no empapa.
Es virgen, es salvaje,
y por ello auténtico,
correr aquí me hace libre,
de lo trascendental del tiempo.
El suelo se cubre de peat,
y los pies deslizan vacíos,
los hitos definen el rumbo,
de este correr infinito.
Cual calzadas romanas,
hay vías que piedra a piedra,
como arterias recorren,
el páramo en su esencia.
Buscando esa gran catedral,
que la naturaleza ha creado,
anexa al cow and calf,
se impone lo deseado.
Hubo en tiempos un pozo,
blanco se decía de él,
que para curar los males,
se metían en él.
Hoy no hay más cura,
que subir y correr por el Moor,
sentir su viento en la cara,
y sentir la tensión en ascensión.
Praderas sin fin,
verde extraño para mí,
donde las ovejas no trashuman,
sino que pastan siempre en casa.
Correr por estos prados,
es otear faisanes,
perdices y ardillas,
parece todo de mentira.
Todo colocadito,
todo perfecto,
las ovejas son vacas,
que pacen sin desconcierto.
Y después bajar al río Wharfe,
abundante en su caudal,
curveando el valle,
con el destilar del páramo sobre él.
Da vida a su alrededor,
aves acuáticas por doquier,
grullas, ánades y patos,
que se alzan atisbando.
Y por testigo un cementerio,
que a pesar de la belleza alerta,
la muerte llega a todos,
pues siempre es compañera.
Puente romano,
iglesias antiguas,
anglicanas y católicas,
¡Cuándo veremos unidas!
Y los narcisos amarillos,
anuncian la primavera,
los corderos ya en cinta,
preparados para la cría.
Es un río castrado
cuyo flujo ha sido encauzado,
bajo tierra oscurecido
y de la vista retirado.
Sin embargo el cauce atrapa,
con el ruido del pasado.
Su enorme ancho habla,
de grandes mamíferos a su lado.
Corro desde el mar hacia su fuente,
mar nuestro de cada día.
Un delta es la suerte,
que eligió como despedida.
¡Oh Dios, qué grande eres!
Entre palmeras y cañaverales.
Frondoso el delta es,
y alberga vecindades.
Un paso de eucaliptos,
nutre de sombra el recorrido.
a la vuelta serán vistos,
como refugio en el camino.
Está el cauce sembrado,
de grandes cantos rodados.
Y adelfas que esconden,
su lado envenenado.
Todo tipo de aromáticas,
auxilian el seco recorrido.
Brezos, romeros y cardos,
aromatizan las zancadas.
Y huertas aún quedan,
cítricos y especialmente granados.
Una de las cinco frutas,
de la Tierra prometida.
Ve uno a lo lejos,
en lo alto de la colina,
los muros viejos del castillo,
por algo se llama Murviedro.
Lugar de grandes gestas,
desde Roma hasta el Cid.
Los árabes cambiarían
Sagunto por Muros viejos.
Lugar que atrae como un imán,
la iglesia de Santa María.
Con su retablo presidido,
por nuestra Madre y Señora.
Muros castigados y ennegrecidos,
altos y vacíos.
La pila bautismal y santa Teresa,
junto a los santos de la Piedra.
Y el Palancia sigue seco,
agobiado en la acequia.
Mira hacia la Calderona,
buscando su lugar, su ego.
Ojos negros comparten
sueño e historia.
Que también las vías están secas,
y miran a un pasado mejor.
Ya en la cátedra de Segorbe,
lleva agua el Palancia.
Haciendo cincuenta honores al obispo,
y a toda su Iglesia.
El deseo de la infancia,
son verdes y planas praderas.
donde dormir y recostar,
en el frescor y suavidad.
Adolescencia y juventud
desean y sueñan.
Y la mirada vuelven,
a riscos y cimas escarpadas.
Grandes cauces,
escarpados y peligrosos barrancos.
Enormes neveros
Subir a la cima más alta anhelan.
El paisaje exuberante,
frondosos bosques cerrados.
Naturaleza salvaje,
entre ecos distantes.
Pero llega la edad madura,
y se detiene uno,
donde antes no había nada,
o eso parecía.
Descubre uno el secano,
descubre uno Castilla.
El bosque mediterráneo,
y la sencilla maravilla.
Y me quedo boquiabierto,
ante campos de cereal.
En barbecho o sembrados,
con las ampaolas al azar.
Viñedos y retamas,
aromáticas y secarral.
Y el intenso azul del cielo,
y el viento por desatar.
Sendas infinitas,
en el calor de Castilla,
Hábitat del milano,
en busca de conejos.
Cardo mariano.
Espino y abrojos.
Encinas y pinos,
No quiero más.