Hay pocas experiencias tan maravillosas como correr; y ésta incrementa su belleza de forma notable si se hace a través del sendero, del campo, de la montaña.
Cuando salgo a correr puedo desconectar y conectar con una increíble facilidad. Desconectar de las mundanidades y conectar con Dios, autor de todo lo creado. Es frecuente comenzar la carrera con un sinfín de preocupaciones, de problemas, de enredos, de tentaciones y de amenazas en la cabeza, en el corazón y en el alma. Poco a poco, sin embargo, a cada zancada que los dos pies quedan elevados sin pisar el suelo, desaparecen los demonios y éstos quedan atrás atrapados en su fango.
Es frecuente, además, que los problemas irresolubles se resuelvan casi de inmediato, viniendo la solución a tu encuentro en un momento de la carrera inesperado y maravilloso. Es como si el espectro en el cual tu mente era capaz de jugar se ensanchara dando paso a nuevas y desconocidas frecuencias. Imágenes vienen y van y, como si de una Gestalt se tratara, todo cobra sentido en la globalidad de la vida.
El corazón se ensancha, y no sólo debido al bombeo sanguíneo, sino abriendo su capacidad de abrazarlo todo, de comprenderlo todo, de excusarlo y perdonarlo todo. Y sigo corriendo, inmerso en el pasisaje, de modo que ni siento cansancio, ni me fijo en avanzar, en contar los pasos o en respirar. Todo queda totalmente sincronizado, mente, coazón, alma y cuerpo. Y alguien dirá que he corrido cuando llegue al final, algo que a mí me pasaría completamente desapercibido.
Conecto decía, conecto con Dios, autor de todo lo creado, a través de la Belleza que ha dejado en todas sus creaturas. Y como si de una letanía se tratara puedo ampliar el Cántico de Daniel a toda criatura que me encuentro a mi paso: ¡Bendice al Señor! le digo a la encina, le digo al roble y al cielo mismo que me cobija. Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, | la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, | el ser humano, para mirar por él? (Sal 8, 4-5). Todo me habla de Dios y a todo le remito a Dios, las nubes, la lluvia, el frío, el calor, el brezo, la retama, el barro, las montañas, la nieve, las estrellas, la niebla, las piedras, los cereales, los milanos, las perdices, las urracas, las ocas y lo spatos, los insectos, las mariposas, conejos y perros.
Es tal la Belleza a mi alrededor que conecto con la bondad y la verdad y desconecto de lo malo, de lo feo y de lo demoníaco. Y rezo, rezo y rezo. Un misterio, dos misterios y me duran los rosarios muchos kilómetros, sin saber cuántas avemarías he hecho de más, y sin importar lo más mínimo. Porque corriendo es fácil meditar cada misterio, sumergiéndome cada potencia en sus aguas inabarcables y puras. la oración se hace esfuerzo, se hace sudor, se hace latido, se hace camino y permite establecer ese diálogo con un Padre que lo abarca todo. Uno es capaz de tener la conversación que debió tener el Padre con el hijo pródigo, o la que tuvo jesús con sus discípulos en los campos de Galilea.
Y esta es mi clausura, porque todo queda conectado a Dios, porque Dios está en todo y porque quedo aislado del mundanal ruido para escucharle sólo a Él, para hablarle sólo a Él. No necesito recluirme en una celda para estar con Él a solas, con mi Amado a solas, porque la Creación es ni clausura. Esa clausura que lo clausura todo, que lo guarda todo, que lo abraza todo. Correr en medio de la naturaleza hace posible tener una percepción correcta de uno mismo, porque uno se ve pequeño, nada, al lado de la inmensidad y el poder de Dios.
Pisar el charco, cruzar el arroyo, pasar el puente para llegar al páramo, y de este al collado. Entre smbras o a pleno sol, con el viento a favor o el viento en contra, con calor o frío, con lluvia o nieve, todo es don, todo es Dios.
Pienso por ello que es necesario conectar al ser humano con la tierra para que éste pueda llegar al Cielo. El hombre cada vez está más apartado de la tierra, del campo, de la naturaleza. Se adentra en tenebrosos y engañosos mundos virtuales donde no está Dios, porque Dios no es un ser virtual, sino real. Se desconecta al ser humano de la Creación para aniquilarlo para desconectarle de su origen y de su Creador. Si no tienes que rezar mirando al cielo porque necesitas la lluvia, si no asistes al magnífico espectáculo de un firmamento estrellado o de un atardecer que dora los campos de cereal, ¿dónde vas a encontrar a Dios?
Salir de este marco incomparable de lo creado es anestesiar los sentidos y la capacidad de percepción tan maravillosa que nos ha sido dada. Es necesario enfangarse, mojarse, abrasarse, cansarse y transitar cada uno de los senderos por los que caminó Jesús, para poder con Él coger espigas en sábado o hablar de tú a tú a la higuera. El endiosamiento del hombre en sí mismo en su tecnología y progreso científico termina cuando salimos a correr los caminos del mundo. Y rezamos, rezamos y volvemos a entrar en esa gran y enorme clausura que es la Creación, la Casa del Padre.
Pedro Jara, diác.