El ser humano, quiere ser libre, de esto no cabe la menor duda. En la búsqueda de dicha libertad se intenta eliminar cualquier tipo de limitación que impida, como tantas veces oímos, ser yo mismo. Y el hombre se pasa la vida intentando buscar esa identidad a través de esa llamada libertad.
En ocasiones queda reflejada esta atadura o limitación, en la que se puede convertir la vida, con expresiones como: necesito tomar aire. De este modo se está expresando que no puedo vivir, que me ahogo, que me muero por no tener la posibilidad de ser yo mismo y hacer uso de la libertad. En ocasiones la forma de intentar conseguirlo es rompiendo relaciones humanas que noto qu eme atan o huyendo de lugares concretos, trabajos concretos, o situaciones cualesquiera concretas. En definitiva, en esa necesidad de ser yo mismo, uno intenta romper con todo aquello que ve que le limita. Trata de romper con las limitaciones.
El problema de todo ello es que esa ruptura no sólo afecta al actor que la causa sino a las personas con las que rompo la relación, pudiendo dejar heridas para toda una vida. ¿Justifica mi ansiada libertad este tipo de rupturas? Hoy día se habla mucho de relaciones tóxicas, y ciertamente las puede haber, pero dará para otro artículo hablar de este tipo de relaciones y cómo acometerlas.
Una de las principales limitaciones que tiene hoy día el hombre, y que no se salva con un cambio de rumbo como los mencionados anteriormente es no descubrir que tenemos alma y vivir ajenos o de espaldas a ella.
Mientras seamos ajenos a ello, quedaremos a merced de la afectividad, de la sensualidad y de la emotividad. Terreno voluble donde a veces ha de entrar en juego la razón, como bien describiera Platón en el auriga del mito del carro alado, en su diálogo Fedro (sección 246a-254e). Y no obstante el mito del carro alado es incompleto, falta el alma. desde el punto de vista cristiano. El alma como lugar en el que Dios ha hecho de nosotros su creatura, recibiendo de Él su espíritu vivificador y que por el bautismo es capaz de ser tocada de una manera tan especial que nos hace hijos de Dios.
El alma es el único lugar donde es posible acometer la respuesta a los grandes interrogantes de la vida. Sólo en el alma somos capaces de encontrar el sentido de la vida, porque en el alma es donde se desarrolla el diálogo íntimo con Dios y con uno mismo. Si no entramos en esta fabulosa estancia o vivimos ajenos a ella, es como si viviéramos en una casa donde permanece ignota para nosotros la mejor y únicamente necesaria estancia. Es como si viviéramos toda la vida en la entrada de nuestra casa, encima del felpudo, y aún pensando que sabemos dónde estamos, donde moramos y quiénes somos.
Olvídate de los mal llamados libros de auto ayuda, porque el que los escribe piensa que es quien te puede ayudar, especialmente si lo compras. El libro donde está escrita tu verdadera vida es tu alma, y hasta que no entres en ella no la descubrirás, y no descubrirás cómo Dios siempre ha estado presente en ella.
Si alguna vez sientes un dolor tan profundo que te agita completamente, si la angustia aparece de forma súbita y te domina sin que tú sepas cómo ni porqué, si de repente sientes un vacío existencial que te hace desaparecer de cualquier referencia, si sientes una necesidad brutal de algo que no sabes describir, si de repente miras atrás y no sabes por qué has hecho casi todo lo que has hecho, todo lo anterior es una manifestación del alma que te grita de la única forma que ella sabe hacerlo.
El alma es la fundación de tu ser, de tu existencia, de tu persona, de tu vida. No lo es ni la mente, ni el corazón, ni el cerebro ni tus vísceras, es el alma. Única e irrepetible, y que sabe lo que es y lo que no es, lo que es mentira y lo que es verdad, lo que es auténtico y lo que no lo es, lo que es vida y lo que es muerte. Porque el alma está hecha para Dios, para vivir de Él y para Él, dotando toda tu vida de sentido y trascendiendo tu existencia a la eternidad.
Las decisiones más profundas e importantes se juegan en el terreno de juego del alma. Todo deja rastro en el alma. Las relaciones tocan el alma, la sexualidad toca el alma, el rencor toca el alma, la reconciliación toca el alma, el amor toca el alma, los excesos tocan el alma, los vicios y las virtudes tocan el alma, los pecados tocan el alma. El alma es el pulmón por el que respira tu espíritu y te da el ser.
Por eso vivir ajenos al alma es una de las mayores limitaciones del ser humano, que lo deja encerrado en lo finito, en lo caduco y en lo vulnerable. No es la falta de libertad lo que nos impide la plenitud, pues un alma es capaz, incluso, de sentirse plena en total cautividad: sola la voluntad se ocupa de manera que, sin saber cómo, se cautiva; sólo da consentimiento para que la encarcele Dios, como quien bien sabe ser cautivo de quien ama (Sta. Teresa de Jesús, Libro de la Vida 14.2).
Pedro Jara, diác.