Educación

¿Qué salidas tiene? La muerte del espíritu

He de comenzar diciendo que, en este preciso momento no soy objetivo y me siento influenciado por la obra de Nuccio Ordine, la utilidad de lo inútil, pues apenas he terminado su lectura.  Sin embargo no es algo que no rondara mi cabeza desde hace años como educador, y que creo coincidirá en el pensamiento de la gran mayoría de los educadores, e incluso de cualquiera que haya estudiado alguna vez.

¿Qué es estudiar? ¿Por qué estudiamos? Ya existe un marcado carácter finalista en la propia pregunta, ante la cual muchas generaciones han contestado: para ser alguien en la vida. Cuando alguien tiene que comenzar a decidir qué estudios, universitarios o no, realizará en el futuro y que orientarán su vida profesional, se plantea una disyuntiva: elegir lo que me gusta o elegir lo que más salidas profesionales me proporcionará. En el caso ideal ambas coincidirán, aunque después de leer a Nuccio ya no estoy tan seguro de esto último.

Si sólo se estudia algo porque es útil, si sólo se estudia para aprobar un examen, para conseguir un trabajo o un buen sueldo, dónde queda la pasión por el conocimiento sin más, sin otro objeto que conocer y aprender.  Cómo poder descubrir la belleza que entraña todo conocimiento. Dónde queda el placer de la mera especulación. La pasión por profundizar, aunque sólo quede en eso, en profundizar.

Esto es algo que ya se cultiva desde la educación primaria o elemental. De este modo, durante toda la educación obligatoria los alumnos no dejan de interrogarnos con la pregunta y esto para qué vale. Evaluamos mayoritariamente mediante exámenes, con lo cual el alumno estudia para aprobar. Y para aprobar tiene que saber aplicar lo que estudia a ejemplos o ejercicios concretos, los cuales son los que practica hasta la saciedad. Con lo cual, qué espacio se deja para la creatividad, para el análisis o metacognición de lo que se está aprendiendo, para la indagación o extrapolación a otros entornos no habituales de un conocimiento concreto.  Qué margen se deja para descubrir la belleza del conocimiento siendo éste el único premio deseable.

¿No sería mejor exponer a los alumnos a situaciones de aprendizaje en las que pudieran libremente afianzar su conocimiento, con la guía casi transparente del educador? Podemos pensar que esta opción necesitaría de mucho tiempo, gran parte del cual sería estéril. Y así es, pero no es menos cierto que quizás no sea tan estéril como podamos pensar. Si no, pensemos en la gran cantidad de tiempo empleado por pensadores, humanistas y científicos que aparentemente no concluye en nada útil, pero que es necesario para el progreso de sus disciplinas.

Es necesario cultivar la búsqueda de la belleza que se esconde detrás de todo conocimiento, sin más. Perder tiempo en un rima, en una etimología, en una razonamiento, en un teorema, en una nueva forma de representar la realidad, en un algoritmo, en un pensamiento, en una armonía musical, sin más pretensión que profundizar para sólo encontrar belleza, sin más.

Si la decisión acerca de los estudios a cursar, la marca la posibilidad de salida profesional o el sueldo, no es una verdadera vocación.  Alumnos que ahora, de repente quieran estudiar Ingeniería de datos, o Data Mining porque hay demanda de estos perfiles en el mercado profesional, pero que nunca habrían estudiado matemáticas hace una década cuando no existían estas salidas, debido a lo árido o aburrido que se les hacían estas disciplinas, lo van a pasar realmente mal.

Es cierto que incluso cuando alguien estudia una disciplina práctica, donde se busca la utilidad, como una ingeniería, puede llegar a apasionarse por lo que estudia, pero el problema aparece cuando llega al mercado de trabajo y se le pide que aplique su conocimiento sólo para una utilidad en concreto. Esto ocurre mucho en nuestro país, donde la mayoría de físicos o ingenieros acaban olvidando el corpus de conocimiento que era la base de su disciplina para pasar horas y horas delante de una hoja de cálculo, con el único objetivo de vender. ¿Van a volver a la investigación básica de sus disciplinas o al estudio meramente especulativo? Será difícil. Al final el sueldo, marca aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo e ingenio. O por poner otro ejemplo, cuántos psicólogos estaban apasionados por el estudio de la psicología básica durante la carrera, lo cual abandonan al finalizar sus estudios con el único fin de la psicología aplicada ya sea a la educación, la clínica o los recursos humanos.

El propio sistema educativo puede llegar a ser estúpido y perverso debido a lo anterior y a la hegemonía de la utilidad. Por ejemplo, en el pasado estuvo de moda la Ingeniería en Telecomunicaciones, era el boom de este área. Estaba todo por hacer, la transición de lo analógico a lo digital, Internet, las comunicaciones inalámbricas, las bases de datos ingentes, el tratamiento de datos, los supercomputadores y tantas otras derivadas. Debido a ello muchísimos alumnos demandaban dichos estudios con lo cual la nota de corte subía colocando a esta disciplina con la nota de corte más alta en la universidad. De este modo los alumnos con más talento accedían a dichos estudios, con lo cual en unos años tendríamos a los mejores ingenieros de telecomunicaciones.

Hoy día ya no hay tanta demanda en dicha ingeniería y se han puesto de moda otras carreras con más salidas por el auge de la biomedicina, la inteligencia artificial y el análisis de datos.  Esto significa que para acceder a la ingeniería en telecomunicaciones apenas es necesario aprobar el examen de selectividad. Esto llevará a que muchos de los futuros ingenieros sean menos talentosos y que las propias escuelas se vayan viendo obligadas a rebajar los niveles, con el consiguiente desastre. De este modo el día de mañana no sé cómo acabarán funcionando los sistemas de telecomunicaciones. Porque una de las consecuencias de todo ello es el clientelismo en el que han caído las universidades y los institutos. Hay que tener alumnos a cualquier precio, porque si no me cierran el negocio. No esperemos por lo tanto grandes avances en el estudio de las lenguas muertas, de los clásicos o de las humanidades y las artes, donde no sólo no irán los alumnos más capaces sino donde no acabará acudiendo prácticamente nadie, porque apenas hay quien quiera malvivir.

En definitiva, estamos excesivamente marcados por lo útil, en dos vertientes principales. Una de ellas es aquello que la sociedad decide que es útil en cada momento, quedando el resto de posibilidades vocacionales y académicas devaluadas. Y otra engloba aquello que cada uno considera útil para la vida, por ejemplo un buen sueldo, lo cual le hará reevaluar sus decisiones vocacionales.

¿Qué margen de nuestra vida dejamos al aprender por aprender, a indagar por indagar, a disfrutar del conocimiento, del arte, sin más fin que él mismo? Es aquí donde se libera el espíritu, donde se le deja en campo abierto, sin restricción de tiempo y forma alguna. Si el aburrimiento ha sido y seguirá siendo una fuente valiosísima para la creatividad, la inutilidad es y seguirá siendo siempre una fuente inagotable de vida. Hoy se huye de ambas cosas, del aburrimiento y de la inutilidad.

Pedro.


La búsqueda de la belleza

No encuentro un fin más noble para la educación que la búsqueda de la Belleza y de la belleza. La búsqueda de Dios a través de la belleza que destila todo lo creado por Él, incluyendo el ingenio y la inteligencia humanas, así como la belleza derivada en todas las áreas de conocimiento humano.

El fracaso educativo se produce cuando no somos capaces de que los alumnos descubran la belleza en aquello que estudian o en aquello que se les enseña. Sin belleza todo quedará a merced de los premios y los castigos, de los derechos y los deberes, o si no, de las motivaciones profesionales cuando los alumnos alcanzan una edad más adulta, todo ello alejado de la motivación intrínseca de la propia disciplina por la belleza que encierra.

¿Qué belleza hay en las matemáticas? Enorme; es inabarcable en toda una vida dedicada a ella, y sin embargo la mayoría de los alumnos la odian o la ven como una auténtica penitencia, carente de toda conexión con la realidad que les rodea. Lo mismo se puede decir de la lengua, la plástica, la física, la química, la historia y resto de las disciplinas académicas. Encierran todas ellas una belleza que escapa a una simple mirada pero que cautiva el corazón de cualquier persona con el mínimo sentido estético. ¡Cuántas personas, ya en edad adulta, desearían volver a estudiar aquella disciplina que en el colegio estudiaban sólo por obligación!