Ayuno intermitente, meditación y Cuaresma

Durante siglos, la Iglesia ha recomendado como armas para preparar la celebración de la Pascua y transitar los días de la Cuaresma, el ayuno, la limosna y la oración. Herramientas que, lejos de quedar circunscritas al ciclo cuaresmal, están llamadas a convertirse en hábito y por lo tanto virtudes de la vida del cristiano en su día a día.

Son recomendaciones que, tristemente o desafortunadamente, se han solido recibir como un ladrillo o carga pesada que soportar, casi como una penitencia cuaresmal. Y sin embargo nada más lejos de la realidad. Son comportamientos que encajan perfectamente con la vida cristiana. 

El ayuno nos ayuda a combatir contra nuestros deseos siempre ilimitados de placer, ya sea en la comida, la bebida, el ocio, la comodidad o tantas otras facetas en las que queremos ser satisfechos. Son deseos, a veces compulsivos, que nos atan al mundo y a sus placeres miestras que impiden que nuestro corazón se vaya apegando cada vez más a Dios como su único sustento. El desasimiento del mundo,  o la santa indiferencia,  pasa por el ayuno en tantas y tantas facetas, que nos ayudan a centrarnos en lo realmente importante y dirigir toda esa sed de afecto y de amor sólo a Dios.

Si bien el ayuno no sólo afecta al alimento, Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos (Is 58, 6-7), es cierto que la Iglesia sigue recomendando en días concretos ayunar de comida, por ejemplo el miércoles de ceniza o el viernes santo. Los que alguna vez hayan practicado este ayuno habrán experimentado que precisamente ese día es cuando más se despiertan los mecanismos de alerta del hambre. Cuántos habrán intentado cumplirlo y no habrán podido y cuántos lo han visto como algo trasnochado o ilógico.

Sin embargo, hete aquí, que de repente aparece la moda del ayuno intermitente y parece que a nadie le cuesta cumplirlo y que es uno de los hábitos más saludables. ¿Qué misterio se esconde detrás de este cambio? Lo que antes se ofrecía al Señor como forma de acercarnos a Él, ahora se ofrece como método de adelgazamiento y hábito saludable. Es aquí donde podemos encontrar la principal diferencia: prevalece el culto al cuerpo (a veces disfrazado de salud) frente a la búsqueda de salvación, que paradójicamente tiene la misma raíz latina, salus, salutis. Nos encontramos pues ante una gran paradoja: Si lo que antes era difícil ahora es fácil es que la cuestión no estaba en el hecho del ayuno, sino en el motivo de dicho ayuno. Es más fácil hacer algo por nosotros mismos, por vernos bien físicamente, por puro hedonismo, a veces disfrazado de salud, que por Dios o por nuestra salvación.

Respecto a la oración nos encontramos con la misma paradoja de lo fácil y lo difícil. Lo que a veces ha sido abandonado por considerarse estéril, tratar de amistad en la soledad con Dios, ahora de repente se sustituye por la meditación. Una práctica radicalmente diferente a la oración, y que parece que no sólo no cuesta realizarla sino que es el descubrimiento del siglo para sentirse bien. Oración y meditación no tienen nada que ver, aunque en algunos lugares o ámbitos hayan tratado de sustituir una por la otra. Mientras que en la oración no estamos solos y buscamos acrecentar nuestro diálogo con Dios, nuestra contemplación y meditación del Misterio de la Salvación y de nuestra propia Historia de Salvación; en la meditación estoy yo sólo conmigo mismo.

Mientras que en la oración prima la relación, en la meditación prima el aislamiento. Mientras que en la oración no se huye del sufrimiento sino que se busca darle sentido frente a la cruz de Cristo, para que el la haga gloriosa, en la meditación nos aislamos del sufrimiento y lo negamos, huímos de ello aunque esté ahí. Mientras que en la oración podemos encontrar la Paz plena, aún en situaciones de sufrimiento, dificultad o muerte, en la meditación sólo obtenemos una relajación fisiológica o mental que desaparece en cuanto salimos del cascarón meditativo y volvemos a la realidad.

Por otro lado, la meditación nos aleja de Dios, puesto que en sus variantes orientales como el Yoga, no deja de mirar a la religiosidad oriental alejándonos de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por cuyo HijoJesucristo hemos obtenido la redención. Estoy convencido de que es infinitamente, incomparablemente superior la oración a la meditación, que sólo busca el gustirrinín del aislamiento conmigo mismo, y que si se orase correctamente sobrarían todo tipo de prácticas orientales de meditación. Eso sí la meditación tiene un poder atractivo enorme, como todo lo oriental, porque te evade y te invita a no enfrentar el problema, sino a huir de él. No te invita a la conversión sino que te conforma a lo que ya eres.

Y por último tenemos la limosna, que es mucho más amplio que sólo dar dinero a los pobres, es vivir tu vida abierta a la Caridad, a dar hasta tu propia vida por Dios y por tu hermano, especialmente el más necesitado. No sólo dinero, sino tiempo, escucha, cariño, conocimiento, recursos, y toda tu vida. Amar como Dios nos ha amado. Pues también para esto el mundo sigue buscando sustitutos como, por ejemplo, una subscripción a una ONG, que no consigue implicarme en lo personal, con todo mis ser, con una realidad que incluso puedo desconocer, pero que tranquiliza mi conciencia. O incluso a nivel supranacional, los objetivos del milenio incumplidos, como también lo será la agenda 2030, y tantos otros que parten del error de que la humanidad por sí misma es capaz de alcanzar una fraternidad universal. Un ideal masónico que es imposible, pues prescinde del único que nos hace hermanos, que es nuestro Padre, Dios mismo.

En fin, el mundo al revés. ¿Hemos perdido la cabeza? Pues va a ser verdad que la cabeza es Cristo.