Religión

Has nacido para el Cielo

¿Lo has escuchado alguna vez? El mismo mensaje es el primero que transmite el Señor cuando se dirige al gentío en el Sermón de la Montaña: <<Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.>>(Mt 5,3). No se anda por las ramas, ni pone el centro de sus esperanzas en esta tierra, sino en el Cielo. El sentido de tu existencia es que alcances la Vida Eterna y por lo tanto la Salvación. El mismo Jesucristo "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad."(1 Tim 2,4)

En ningún lugar, el Magisterio de la Iglesia católica asegura que todo el mundo se salvará, sino que la posibilidad de salvación convive con la de condenación eterna. El mismo Jesucristo nos habla claramente de la posibilidad del Cielo y del Infierno en el capítulo 25 según S. Mateo: "Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna"(Mt 25, 46).

Está claro que para el ateo o el agnóstico, o bien el practicante de otra  religión diferente al cristianismo, no hay de qué preocuparse: No creo en Dios, ni en la revelación de su Hijo Jesucristo, ni en la Iglesia ni su Magisterio, y por lo tanto tampoco creo en la Vida Eterna, ni en la existencia del Cielo o del Infierno (aunque algunas religiones diferentes al cristianismo, como el judaísmo o el Islam también creen en la Vida eterna, Cielo e Infierno). 

En este caso el hombre lleva, desde que es hombre, buscando un sentido a su vida. Dicha búsqueda puede desembocar en diferentes opciones de sentido como el placer, la perpetuidad a través de la familia, especialmente los hijos, o a través de algún hecho relevante, el recuerdo de los seres queridos o de los hombres en general, la fama, el poder, la gloria del mundo, la satisfacción de haber pasado por el mundo haciendo el bien o dejándolo mejor de lo que estaba, haber colaborado en el progreso de la ciencia, de las artes o de la sociedad en general, etc. 

En cualquier caso al final llega la muerte. Gracias a la cual, el hombre sabe que cuenta con un tiempo acotado para hacer bien los deberes y donde no siempre va a contar con tantas oportunidades como quisiera para ello.  Gracias a la mortalidad, el ser humano está llamado a medir bien a qué dedicará su vida, cómo lo hará y con qué fin lo hará, teniendo que decidir, rechazando unas opciones y eligiendo otras, haciendo uso de su libertad. La inmortalidad, bajo el paraguas del pecado o la debilidad del hombre, sólo daría lugar a un caos y desorden donde no importaría hacer bien ahora las cosas porque tengo la oportunidad de probarlo todo y sin miedo y si en algún momento quisiera redimirme de mis errores ya tendría todo el tiempo del mundo para hacerlo, pudiendo vivir un número ilimitado de vidas dentro de una misma.

Ahora bien, ¿cuál debe ser la actitud del cristiano ante el resto de los hombres? ¿Dejar que cada cual viva como quiera mientras que yo busque mi salvación, o anunciar sin paños calientes y a costa de la propia vida, como hicieron los profetas del Antiguo Testamento y el propio San Juan Bautista, ya en el nuevo, que es necesaria la Conversión para heredar la Vida Eterna?

¿Creemos los cristianos de hoy que está en juego la salvación o la condenación de millones de personas? ¿Creemos que, sin olvidarnos de la preferencia de la Misericordia Divina, este desenlace depende de la adhesión a Jesucristo o de su rechazo? Pues como dice el mismo Señor: <<Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo>>(Jn 17,3)

Esta adhesión puede ser explícita o implícita en nuestros actos, como podemos ver en el, referido anteriormente, capítulo del Juicio Final. En ese pasaje podemos ver cómo, aquellos elegidos para la Vida Eterna daban de comer, de beber, etc. sin saber que se lo estaban haciendo al mismo Jesucristo: <<Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.>>(Mt 25, 37-40). Del mismo modo habrá personas que se salven sin haber conocido a Jesucristo pero habiendo llevado una vida conforme al Evangelio.

Algo muy distinto es el rechazo a Jesucristo, a Dios y al mensaje de su Evangelio. Especialmente cuando esta forma de vida es deliberada y parte de una conciencia formada. Al final de los tiempos se pondrán en juego la Misericordia y la Justicia divina. Puede ser bueno recordar aquí las palabras del apostol Santiago: <<Hablad y actuad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad, pues el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio.>> (St 2, 12-13). Sí, al final habrá un juico, un juicio personal y otro universal donde quedará al descubierto todo lo oculto: <<Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público>>(Lc 8,17)

Existe una secularización creciente en la cristiandad, que ha llevado a un buenismo simplista que se concreta en dos afirmaciones rotundas:

El corolario al que estas dos afirmaciones llevan es que nos podemos olvidar de las cosas del Cielo y que el Infierno no existe. Vivamos de la forma más ordenada posible, cumpiendo las normas éticas y morales básicas, sin hacer daño a nadie y ya está. Se acaba asimilando ser buen cristiano a ser buena persona. Se cae de esta forma en un neopelagianismo mediante el cual no hace falta para la salvación el concurso de la Gracia divina. Podemos prescindir de la oración, los sacramentos y la vida de la Iglesia, es decir podemos prescindir de la relación con Dios.

El mismo cielo que se abrió con el bautismo de Jesucristo lo estamos cerrando. Hoy día puedes hacer la prueba de preguntar en la calle o en un colegio quién cree en las siguientes realidades: Cielo, Infierno, ángeles, arcángeles, Satán, demonios, salvación y vida eterna, condenación eterna, milagros, Gracia, Espíritu Santo, espíritus, endemoniados, santos; y no como algo teórico o conceptual sino presente en la vida diaria. La respuesta es decepcionante. Sólo existe lo que podemos tocar. Olvidando que nuestro origen está en Dios y que nuestro descanso sólo estará en Dios, cuando definitivamente gocemos de su presencia en la vida eterna. Porque el mundo material terminará, antes o después para cada uno de nosotros, y tendremos luego por delante la eternidad, gozando de la Gloria de Dios o por el contrario del tormento y la condenación en el Infierno. Pero de esto no gusta hablar.

Por eso sólo se evangeliza y se predica, en la mayoría de los casos, a los que ya están convencidos. Por eso falta parresía, se huye del proselitismo, (palabra, por cierto totalmente rechazada hoy día, salvo que seas un partido político) porque no se está realmente convencido de que hay una Verdad, que salva al mundo, y que esta verdad es Jesucristo. Y que sin esta Verdad, el mundo se condenará y perderá la Vida Eterna. Respecto a las religiones no cristianas, la Iglesia (ver Nostra Aetate 2) siempre ha mostrado su respeto, por lo que de santo y verdadero éstas pudieran contener.  Pero sigue recordando que <<tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.>> Por lo tanto, huyendo de falsos respetos que nos lleven a pensar que da lo mismo una religión que otra, aquí también tenemos tarea. Muchos cristianos perdieron su vida evangelizando a pueblos que profesaban otras religiones, por ejemplo a los musulmanes y podríamos, escudados en este respeto humano, estar lanzando el mensaje de que hicieron el tonto.

En definitiva hemos de volver a mirar al Cielo e invitar a toda la humanidad a que lo haga, porque cerrar el Cielo es olvidarnos de Dios y del sentido que sólo Él puede dar a nuestra existencia, que está llamada a ser eterna y no sólo temporal y sujeta al tiempo y al espacio. Si pudiéramos evitar una guerra que pusiera en juego la vida de millones de personas, pondríamos todos los medios posibles a nuestro alcance; sin embargo para salvar la vida eterna de millones de personas apenas hacemos un gesto. ¿Nos dice esto si realmente creemos en la vida eterna o cuánto queremos realmente a nuestros hermanos?

Viendo la situación del mundo actual tendríamos que estar gimiendo como lo hace S. Pablo ante un mundo que se muere, porque cierra el Cielo por encima de sus cabezas: <<Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo.>> (Rm 8, 19-23)

Sí, has nacido para el Cielo.


Pedro.

Un sólo bautismo, una sola fe

No tengo problema en decirlo. La única religión verdadera es la religión cristiana. ¿No dijo el mismo Jesucristo, yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14, 6)  y en la teofanía de la zarza ardiente Dios se manifiesta como Yo soy (Ex 3,14).

Con este punto de partida me pregunto por qué caemos cada día, más y más en las profundidades del relativismos religioso. Un relativismo que postula que todas las religiones son buenas y que da igual seguir una que otra o confesar una fe que otra. Hay un pudor que nos impide siquiera atrevernos a decir a un musulmán que está equivocado, o a un budista que también lo está. Yo sinceramente, pienso que lo están, y gravemente, porque siguiendo religiones alternativas nunca seguirán a Jesucristo.

No quiero decir con esto que sólo se salven los cristianos, que ejemplos de esto pudo vivir el mismo Jesucristo, por ejemplo con la mujer cananea (Mt 15, 28), pero no es menos cierto que tenemos el deber moral y religiosa de extender el conocimiento de la Verdad, del Camino, y de la Vida, a todos los hombres.  Es ésta la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4).


¿Hay que hacer atractiva la Iglesia?

Asistimos a una época en la que parece que todo es cuestión de números, y donde el éxito sólo existe si éste es cuantificable. Seguidores en redes sociales, índices de popularidad, best sellers,  la lista de los que más ganan, de los más vendidos, de los más famosos, de los más lo que sea.

Parece que de esta tendencia no se quiere escapar la Iglesia. Ante el descenso de fieles a las celebraciones de la eucaristía, o del número de bautizados, o de los que se dicen creyentes, surge la urgencia de hacer algo. Es verdad que urge que la mayoría de las personas lleguen al conocimiento de la Verdad, que es Cristo y se salven (1 Tim 2, 1-4), pero sin perder de vista qué es la Verdad, que es Cristo.

Algunas tendencias proponen acercar la Iglesia a la sociedad mimetizándose con ella y sus modas y corrientes. El planteamiento es claro, no quieren saber nada de la Iglesia porque no es el estilo de vida que a ellos les gusta. Por eso cambiemos el estilo de vida que propone la Iglesia, de forma que entre a formar parte de su abanico de opciones. Lo del espíritu de los tiempos es que tiene mucho peligro, pues puede llevarnos a que la propia Verdad, lejos de ser inmutable vaya cambiando a merced de ese mal llamado espíritu.

Yo creo que todo parte de que algunos integrantes de la Iglesia, tampoco se sienten parte de la misma y se sienten incómodos o frustrados anhelando una vida que dejaron atrás o que ellos pensaban haber dejado atrás, la vida del mundo, del demonio y de la carne. Por eso, si ahora estamos abocados a un feminismo radical, negando la maternidad, o la virginidad, o la esponsalidadque de la mujer; que habla de igualdad, negando la diferencia intrínseca que existe entre hombre y mujer, pues la mujer tiene que formar parte del clero, porque si no es así la Iglesia es machista. Y si casi todas las facetas de la sociedad están sexualizadas o mejor dicho genitalizadas, será necesario que aberraciones como la castidad o el celibato acaben desapareciendo, porque si no es así el hombre es incompleto. Y si ahora la sociedad, por la presión cultural existente, acaba viendo las relaciones homosexuales como naturales, incluso más que las que se dan entre el hombre y la mujer, pues porqué la Iglesia no va a admitir que el matrimonio pueda darse entre personas del mismo sexo o que los sacerdotes se amen entre ellos. 

Y si la ideología de género nos predica que el sexo se puede elegir, al igual que el género, pues porqué vamos a distinguir en nada en absoluto el papel del hombre y de la mujer, ya sea en la Iglesia o como padre, o como madre, o como esposa, o esposo.

Todas estas tendencias anteriormente citadas son contrarias a la Verdad, una Verdad revelada, no fruto de ocurrencias, en el depósito de la fe que reside en la Sagrada Escritura, en la Tradición de la Iglesia, y en el Magisterio de los Papas. No son verdad porque sean apoyadas por muchos adeptos, no es cuestión de números. Y me atrevo a decir que aunque la Iglesia se mimetizara con la sociedad no aumentaría en número de los fieles, pues nunca sería suficiente. Y sólo habríamos conseguido desvirtuar la Iglesia (Mt 5, 13).

Lo único que puede hacer atractiva la Iglesia es el testimonio de los creyentes, de los santos. Porque ante una sociedad sumida en la muerte, en las tinieblas y en el error, será mucho mayor, por contraste, el resplandor de la Luz de Cristo. Lo que ocurre es que al igual que un ojo enfermo no puede mirar a la luz directamente, las personas presas del pecado huyen de la luz para seguir viviendo en las tienieblas, para no ser vistas y no verse acusadas (Jn 3, 20).

Hace falta que el testimonio provoque un contraste entre la luz y las tinieblas, pero donde el amor y la ternura llame a conversión a los alejados. Una conversión que les permita reconocer el error de la vida sin Dios y descubrir las mentiras del mundo, del demonio y de la carne en los cuales se habían puesto todas las esperanzas. A veces bastará con abrirles los ojos a la muerte para que vuelvan su rostro a la luz.

La Iglesia debe huir de las reformulaciones o restructuraciones habituales en las organizaciones meramente empresariales o humanas. Los sínodos no deberían ser para reestructurar al estilo empresarial una organización, sino para pedir al Espíritu Santo que ilumine a su Iglesia sobre el modo en que combatir contra el demonio, príncipe de este mundo y de la mentira, para arrancar de su mano a las víctimas que han sido alejadas de su Madre la Iglesia. Para pedir a Dios que ilumine a su Iglesia para que sea cada día más fiel y más santa.

Sólo el mensaje de la Cruz, de la Belleza escondida en el rostro de Cristo podrá salvar al mundo.

Ayuno intermitente, meditación y cuaresma

Durante siglos, la Iglesia ha recomendado como armas para preparar la celebración de la Pascua y transitar los días de la Cuaresma, el ayuno, la limosna y la oración. Herramientas que, lejos de quedar circunscritas al ciclo cuaresmal, están llamadas a convertirse en hábito y por lo tanto virtudes de la vida del cristiano en su día a día.

Son recomendaciones que, tristemente o desafortunadamente, se han solido recibir como un ladrillo o carga pesada que soportar, casi como una penitencia cuaresmal. Y sin embargo nada más lejos de la realidad. Son comportamientos que encajan perfectamente con la vida cristiana. 

El ayuno nos ayuda a combatir contra nuestros deseos siempre ilimitados de placer, ya sea en la comida, la bebida, el ocio, la comodidad o tantas otras facetas en las que queremos ser satisfechos. Son deseos, a veces compulsivos, que nos atan al mundo y a sus placeres miestras que impiden que nuestro corazón se vaya apegando cada vez más a Dios como su único sustento. El desasimiento del mundo,  o la santa indiferencia,  pasa por el ayuno en tantas y tantas facetas, que nos ayudan a centrarnos en lo realmente importante y dirigir toda esa sed de afecto y de amor sólo a Dios.

Si bien el ayuno no sólo afecta al alimento, Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos (Is 58, 6-7), es cierto que la Iglesia sigue recomendando en días concretos ayunar de comida, por ejemplo el miércoles de ceniza o el viernes santo. Los que alguna vez hayan practicado este ayuno habrán experimentado que precisamente ese día es cuando más se despiertan los mecanismos de alerta del hambre. Cuántos habrán intentado cumplirlo y no habrán podido y cuántos lo han visto como algo trasnochado o ilógico.

Sin embargo, hete aquí, que de repente aparece la moda del ayuno intermitente y parece que a nadie le cuesta cumplirlo y que es uno de los hábitos más saludables. ¿Qué misterio se esconde detrás de este cambio? Lo que antes se ofrecía al Señor como forma de acercarnos a Él, ahora se ofrece como método de adelgazamiento y hábito saludable. Es aquí donde podemos encontrar la principal diferencia: prevalece el culto al cuerpo (a veces disfrazado de salud) frente a la búsqueda de salvación, que paradójicamente tiene la misma raíz latina, salus, salutis. Nos encontramos pues ante una gran paradoja: Si lo que antes era difícil ahora es fácil es que la cuestión no estaba en el hecho del ayuno, sino en el motivo de dicho ayuno. Es más fácil hacer algo por nosotros mismos, por vernos bien físicamente, por puro hedonismo, a veces disfrazado de salud, que por Dios o por nuestra salvación.

Respecto a la oración nos encontramos con la misma paradoja de lo fácil y lo difícil. Lo que a veces ha sido abandonado por considerarse estéril, tratar de amistad en la soledad con Dios, ahora de repente se sustituye por la meditación. Una práctica radicalmente diferente a la oración, y que parece que no sólo no cuesta realizarla sino que es el descubrimiento del siglo para sentirse bien. Oración y meditación no tienen nada que ver, aunque en algunos lugares o ámbitos hayan tratado de sustituir una por la otra. Mientras que en la oración no estamos solos y buscamos acrecentar nuestro diálogo con Dios, nuestra contemplación y meditación del Misterio de la Salvación y de nuestra propia Historia de Salvación; en la meditación estoy yo sólo conmigo mismo.

Mientras que en la oración prima la relación, en la meditación prima el aislamiento. Mientras que en la oración no se huye del sufrimiento sino que se busca darle sentido frente a la cruz de Cristo, para que el la haga gloriosa, en la meditación nos aislamos del sufrimiento y lo negamos, huímos de ello aunque esté ahí. Mientras que en la oración podemos encontrar la Paz plena, aún en situaciones de sufrimiento, dificultad o muerte, en la meditación sólo obtenemos una relajación fisiológica o mental que desaparece en cuanto salimos del cascarón meditativo y volvemos a la realidad.

Por otro lado, la meditación nos aleja de Dios, puesto que en sus variantes orientales como el Yoga, no deja de mirar a la religiosidad oriental alejándonos de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por cuyo HijoJesucristo hemos obtenido la redención. Estoy convencido de que es infinitamente, incomparablemente superior la oración a la meditación, que sólo busca el gustirrinín del aislamiento conmigo mismo, y que si se orase correctamente sobrarían todo tipo de prácticas orientales de meditación. Eso sí la meditación tiene un poder atractivo enorme, como todo lo oriental, porque te evade y te invita a no enfrentar el problema, sino a huir de él. No te invita a la conversión sino que te conforma a lo que ya eres.

Y por último tenemos la limosna, que es mucho más amplio que sólo dar dinero a los pobres, es vivir tu vida abierta a la Caridad, a dar hasta tu propia vida por Dios y por tu hermano, especialmente el más necesitado. No sólo dinero, sino tiempo, escucha, cariño, conocimiento, recursos, y toda tu vida. Amar como Dios nos ha amado. Pues también para esto el mundo sigue buscando sustitutos como, por ejemplo, una subscripción a una ONG, que no consigue implicarme en lo personal, con todo mis ser, con una realidad que incluso puedo desconocer, pero que tranquiliza mi conciencia. O incluso a nivel supranacional, los objetivos del milenio incumplidos, como también lo será la agenda 2030, y tantos otros que parten del error de que la humanidad por sí misma es capaz de alcanzar una fraternidad universal. Un ideal masónico que es imposible pues prescinde del único que nos hace hermanos, que es nuestro Padre, Dios mismo.

En fin, el mundo al revés. ¿Hemos perdido la cabeza? Pues va a ser verdad que la cabeza es Cristo.

La Iglesia no va de izquierdas y derechas sino de dos amores

La clasificación de partidos políticos como de "derechas" y "izquierdas" tiene sus orígenes en la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII. Durante este periodo, en la Asamblea Nacional Constituyente de Francia, los diputados se dividían en dos grupos principales: los "girondinos" (llamados así por provenir de la región de Gironda) y los "montañeses" (llamados así porque se sentaban en la parte más alta del salón de sesiones).

Los girondinos, en general, representaban a la burguesía liberal y abogaban por una monarquía constitucional y una economía más liberalizada. Mientras tanto, los montañeses, que incluían a figuras como Robespierre y Marat, defendían posturas más radicales y populares, como la abolición de la monarquía y la instauración de una república democrática.

Durante ese tiempo, los diputados que defendían los intereses de la nobleza, la Iglesia y la monarquía se sentaban a la derecha del presidente de la Asamblea, mientras que aquellos que abogaban por cambios más radicales y por la defensa de los intereses populares se sentaban a la izquierda.

Esta división ideológica inicial sentó las bases para la conceptualización de la política en términos de "izquierda" y "derecha". Aunque en aquel momento estas etiquetas no eran tan definidas como lo son en la actualidad, la distinción entre la defensa de los intereses del pueblo (izquierda) y los de la élite o el status quo (derecha) fue tomando forma con el tiempo.

Desde entonces, la clasificación de partidos políticos en términos de izquierda y derecha se ha extendido a nivel mundial y se utiliza como una forma práctica de resumir las posturas políticas y económicas de un partido o movimiento. Sin embargo, es importante destacar que estas etiquetas son simplificaciones y que la realidad política suele ser mucho más compleja y matizada.

Toda esta polarización, que hoy se sigue enriqueciendo con otros términos como progresistas y conservadores, está llevando a una simplificación tal de la sociedad que prácticamente nada cabe fuera de estos conceptos, siendo suficientes para definir completamente a cada individuo. O eres de izquierdas o eres de derechas. Y si eres de derechas, se puede inferir qué ocio disfrutas, qué ropa llevas, qué piensas de la familia, qué trabajo tienes o de qué dinero dispones en el banco; Y si eres de izquierdas, llevas tal tipo de ropa, eres ecologista, estás a favor del aborto, eres animalista, y tu ocio es de tal tipo.

Tal polarización sólo tiene un resultado final, el enfrentamiento; tanto más radical y mortal como radical o extrema sea la polarización. Una sociedad dividida en dos polos condenados a no entenderse y sin puntos intermedios que puedan servir de puentes.

El siglo XIX es un siglo convulso, donde el Modernismo irrumpe con fuerza, tratando de socavar el status quo y especialmente el papel de la Iglesia en la Sociedad. El Syllabus, decretado por el papa Pío IX en 1864, es uno de los primeros intentos para denunciar los errores del Modernismo, que tratan de imponer una sociedad secularizada.  Le sigue el Concilio Vaticano I, pero hasta la fecha no han quedado correctamente desarrolladas las razones que la Iglesia puede dar al mundo para retomar la centralidad en Cristo de la vida cristiana. Será el Concilio Vaticano II el encargado de hacerlo, pero durante todo el proceso previo al Concilio y durante el mismo (1959-1965), el mundo se asoma al mismo desde una mirada parcial, sesgada y equivocada. 

Los periodistas no tienen la formación suficiente para procesar la información que va destilando el Concilio y acaban simplificándolo todo, utilizando entre otras las categorías de izquierdas y derechas. Comienzan a hablar de obispos que están a la derecha o a la izquierda para referirse a los puntos de vista defendidos por ellos. 

Toda esta polarización, o esta mundanización, ha calado incluso dentro de la Iglesia y está haciendo mucho daño, pues ya se habla de si este obispo es más progresista o más conservador, o de izquierdas y derechas.

Sin embargo la Iglesia nada tiene que ver con esto. La única polarización que cabe en la Iglesia es la de con Dios o sin Dios. Vivir para Dios y basando nuestra vida en la fe en Él o vivir para el mundo, para uno mismo y de espaldas a Dios. Vivir con la mirada puesta en la Vida Eterna o con la mirada en los ídolos de este mundo y en nuestra finitud.

Porque ¿Es acaso progresista el asesinato de un niño en el vientre materno? ¿Es acaso lícito el enriquecimiento excesivo o las prácticas capitalistas salvajes a costa de los más vulnerables? ¿Es lícita la usura que sigue siendo el corazón del sistema bancario? ¿Es lícito el apoyo a las relaciones de personas del mismo sexo o a familias monoparentales? ¿Es progresista la manipulación genética en el ser humano, sin límites? Vemos como, puntos que unos pueden catalogar de izquierdas o de derechas no son lícitos para la Iglesia porque quedan fuera del plan de Dios y del designio de Amor para el ser humano. Es decir la Iglesia ni es de izquierdas ni es de derechas, ni es progresista ni es conservadora. La Iglesia, como Cuerpo Místico de Cristo, trata de llevar la Salvación, traída por Jesucristo, Hijo de Dios, a todos los hombres, para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad.

Los únicos polos, por lo tanto lícitos al hablar de la Iglesia, son las dos ciudades de las que hablaba S. Agustín: Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor.


Pedro Jara, diác.

Tenemos un intercesor, y no es ningún político

Con frecuencia veo cómo algunas personas creyentes dedican mucho tiempo, no exento de sufrimiento, a examinar y a debatir sobre la situación política actual. Lo cual lleva a tomar partido, incluso de forma firme o enconada, a favor de un bando en contra del otro. Dentro del esquema de polarización, del que hablé en un artículo anterior, se cree ver en un bando la solución y en el otro la destrucción. Y no digo yo que uno de los bandos no esté más cerca de la solución deseada que el otro, pues ya comenté cómo en la Asamblea Nacional Francesa, que dio origen a los términos derecha e izquierda, uno de los bandos apoyaba a la Iglesia mientras que el otro no. 

No quiero decir tampoco que tengamos que obviar la política y su importancia. De hecho, como podemos leer en la Gaudium et Spes 74: Los hombres, las familias y los diversos grupos que constituyen la comunidad civil son conscientes de su propia insuficiencia para lograr una vida plenamente humana y perciben la necesidad de una comunidad más amplia, en la cual todos conjuguen a diario sus energías en orden a una mejor procuración del bien común. Por ello forman comunidad política según tipos institucionales varios. La comunidad política nace, pues, para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección...De todo lo cual se deducen la responsabilidad, la dignidad y la importancia de los gobernantes.

Pero este hecho no debe hacernos perder el norte, en un punto de vista o perspectiva mucho más amplio, vamos a llamarlo discernimiento, que nos ha sido dado por la fe. Me referiré a un ejemplo muy, pero que muy significativo de todo esto.

Uno de los éxitos de la gran ocupación romana a los largo y ancho del Mediterráneo fue la religio licita. Esta política permitía que las diversas religiones y cultos locales continuaran practicándose siempre y cuando no representaran una amenaza directa para el orden público o el gobierno romano. La tolerancia religiosa era una característica importante del Imperio Romano y se utilizaba como una herramienta para fomentar la estabilidad y la lealtad en las provincias conquistadas. Sin embargo, cabe destacar que esta tolerancia tenía límites y en ocasiones las autoridades romanas intervenían si consideraban que alguna práctica religiosa representaba una amenaza para el poder imperial (no hay más que pensar en las persecuciones contra los cristianos). 

Esta tolerancia, que también tenía sus condiciones, como las de reconocer al César: Contestaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que al César» Jn 19, 15b., contribuyó a lo que se conoce como Pax Romana, que duró desde el gobierno de Augusto hasta el siglo II d.C.  Aún así, la dominación romana imponía sus leyes e impuestos en todos sus territorios, lo cual no dejaba de alentar revueltas e intentos de liberación de la dominación romana en muchos territorios, que ciertamente habían perdido su autonomía. 

En este contexto, muchos judíos creyeron ver en Jesús al Mesías que liberaría a Judea del dominio de los romanos.  Aún sin contar con la llegada del Mesías, surgieron en Judea varios grupos judíos rebeldes contra la ocupación romana, como los zelotes y los sicarios, que actuaron antes, durante y después de la vida de Jesús en Judea.

Fue en este contexto socio político donde Jesús vivió y se manifestó y sin embargo no fue esta situación su preocupación, sino la llegada y manifestación del Reino de Dios. Un Reino de Dios que buscaba la salvación de todos los hombres a través del conocimiento de la Verdad, es decir del mismo Jesucristo, camino, verdad y vida.

Nunca tomó Jesús partido por ningún poder político, religioso o civil de esa época, pues no eran ellos los portadores de salvación alguna, ni los elegidos para la llegada del Reino de Paz y Amor entre los hombres. Fue Él mismo el encargado de traer y anunciar el fundamento de este Reino en el Sermón del Monte, que comenzó enunciando las Bienaventuranzas. Un mensaje realmente contracorriente y revolucionario: Bienaventurados los pobres. 

No sólo eso, sino que Jesús, durante su vida en tierras judías, donde ya dijo ante Pilato: mi reino no es de este mundo (Jn 18, 36),  no hizo nada para evitar lo que ocurriría apenas 37 años después de su muerte: la destrucción total de Jerusalén: En verdad os digo, todas estas cosas caerán sobre esta generación». «¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a quienes te han sido enviados, cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas, y no habéis querido. Pues bien, vuestra casa va a quedar desierta (Mt 23, 36-38).

En el año 70 d.C. el general romano Tito Flavio Vespasiano entró en Jerusalén al mando de las legiones X Fretensis, V Macedonica y XV Apollinaris. Estas legiones jugaron un papel crucial en el asedio y la posterior toma de la ciudad. Bajo el mando de Tito, estas legiones llevaron a cabo la conquista de Jerusalén, que culminó con la destrucción del Segundo Templo y la supresión de la Gran Revuelta Judía.

Habrá una Segunda Guerra Judeo-Romana (132-136 d.C.): La revuelta de Bar Kojba fue una insurrección armada liderada por Simón bar Kojba contra la ocupación romana de Judea. Aunque inicialmente tuvo éxito y estableció un estado judío independiente, finalmente fue sofocado por el emperador romano Adriano en el año 135 d.C. Después de la caída de Betar, la última fortaleza judía, Adriano cambió el nombre de la provincia de Judea a Siria Palaestina y prohibió a los judíos entrar en Jerusalén, marcando el final de la revuelta y contribuyendo aún más a la dispersión de los judíos.

Ambos eventos, la destrucción del Segundo Templo durante la Primera Guerra Judeo-Romana y la represión de la revuelta de Bar Kojba durante la Segunda Guerra Judeo-Romana, resultaron en una enorme pérdida de vidas y la devastación de Jerusalén y sus alrededores. Estos eventos marcaron el fin de la presencia judía significativa en Judea durante muchos siglos.

¿Dónde está pues la salvación del hombre? ¿Dónde ha de poner éste sus miras? ¿A quién debe buscar como intercesor? Ciertamente nuestro reino no es de este mundo, y nuestra patria es el Cielo. Por eso no encontraremos en político alguno al mediador que nos alcance la Paz y el Amor, ni la solución a los problemas de verdad. El único intercesor válido ante el Padre es JesucristoEn verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa (Jn 16, 23b-24).

Debemos pues rezar por los gobernantes y todos aquellos con algún tipo de autoridad y poder; para que sean fieles a la Ley del Señor. Pero sin olvidar que ninguno de ellos será el salvador ni tan siquiera el mediador entre Dios y los hombres.

Como decía, y no me canso de repetirlo, san Agustín, nuestra ciudad, ha de ser la Ciudad de Dios: Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor.


Pedro Jara, diác.