El tiempo mata(I):La condición de posibilidad

Qué duda cabe de que el tiempo de vacaciones se desea con muchas ganas, después de un año de trabajo arduo y lleno de complicaciones. Antes de llegar el ansiado momento, muchas personas se refieren a él como ese espacio de tiempo en el que tener el gran privilegio de no hacer nada. Suena bien...

Ya antes de comenzar las vacaciones, éstas se intentan planificar en cuanto al tiempo y al espacio, es decir se contextualizan en un tiempo y en un lugar, contexto al que hay que dotar de algún significado. Porque si el objetivo es no hacer nada me tendría que dar igual el contexto, mis tres metros cuadrados de terraza en Madrid o un apartamento en un pequeño pueblo del Mediterráneo. Es difícil, por no decir imposible, no hacer nada. Ya en el ejemplo anterior alguien diría que no es lo mismo ver la pared del piso de enfrente que el mar en todo su esplendor. Con lo cual ya estamos haciendo algo, ver, escuchar, percibir, sentir.

Pero no era este no hacer nada, al que me quería referir. El ritmo de vida que llevamos o que nos lleva, es tan ajetreado que imprime en nosotros una sensación de urgencia, de obligación con las tareas del calendario del móvil, con los cientos de mensajes entrantes en el teléfono cada día, con los compromisos adquiridos con personas conocidas y también desconocidas. Por eso cuando el cambio de contexto hace que todo eso, en el mejor de los casos, se detenga, qué hacemos. 

Ese ritmo nos puede llevar a un activismo exacerbado que intente meter en esos pocos días de vacaciones todo aquello que las obligaciones diarias no nos permitieron hacer. Hay que llevar cuidado con esta actitud pues puede acabar en un ritmo frenético que haya conseguido dejar todo lo anterior de lado salvo el estrés y la posibilidad de la frustración cuando la realidad no se corresponda con mi deseo.

¿Y si incluimos en el paquete vacacional el no hacer nada? Pero cuidado, no me refiero a estar tirado en el sofá o en la playa pero enganchado constantemente al móvil. No hacer nada es dejar tiempo para el aburrimiento. ¡Qué saludable es saber aburrirse! Porque al hacerlo uno se encuentra frente a un horizonte totalmente desconocido e inalcanzable. No hay nada previsible ni planificado por delante.

El aburrimiento es una oportunidad excelente para la introspección, para la reflexión sobre uno mismo y sobre su papel en el mundo. Permite apagar todos los ruidos exteriores para centrarse en el soliloquio de uno mismo. Es la oportunidad de detenerse, de hacer una parada en el camino para atrevernos a contestar a las preguntas más importantes: ¿Por qué?, ¿Para qué?, ¿Cuándo?, o ¿Cómo? Es la oportunidad de poder reorientar, o mejor dicho orientar de verdad la propia vida. Hacerla virar a Oriente, de donde procede toda luz, toda verdad. Es la hora de tocar los cimientos y no tanto los tejados.

Es la oportunidad de que haga aparición la imaginación y la creatividad. Aún recuerdo cómo era capaz de ver cosas que no existían en el techo pintado de blanco en mi habitación. Sólo hacía falta una siesta en vela para quedarte absorto mirando al techo y dejar que cada brecha, cada arruga, cada imperfección del mismo representará algo de la más alta trascendencia. Todas las historias del mundo eran capaces de ser concebidas en ese útero del techo, incluso la propia, el devenir y el porvenir. Hay pocas musas más eficaces que el propio aburrimiento, ese en el que todas las cosas del mundo que están por el aire, de acá para allá, caen y reposan sobre el firme, dejando todas las cartas boca arriba, dejando ver la frontera de lo importante y de lo superficial.

La contemplación de lo cotidiano, de lo que siempre ha estado ahí, permite ver lo que nunca antes estuvo, pero puede estar; es la condición de posibilidad. Esa a la que en el día a día no damos ninguna oportunidad. 

Sin embargo enfrentarse a este vacío inicial, a este tiempo sin tiempo, puede llegar a causar ansiedad, vértigo y angustia, porque se acerca a la náusea de la que hablaron los existencialistas. Es un momento en el que aún teniendo todo el tiempo por delante se puede dar uno cuenta de que el tiempo pasa, de que pasa y se acaba; y uno deja estar ahí, donde estaba y donde ya no estará, nunca más.

Entra en el escenario la cuestión del sentido y donde se activan todos los estresores naturales del cuerpo humano preparados durante los siglos para salir corriendo y alejarnos de la temida fiera. Pero de las preguntas no nos podemos alejar, por más que corramos. 

Pero hay que aguantar, aunque el mundo nos empuje a no hacerlo, a mirar de nuevo el móvil, a inventar un no sé qué que hacer, a distraernos, que como dice la propia palabra es retirarnos de nosotros mismos. Si lo hacemos encontraremos poco a poco respuesta a las grandes preguntas y aprenderemos a disfrutar simplemente de estar, de ser. Aprenderemos a no ser rehenes de la virtualidad y a pisar en tierra firme. Disfrutaremos y daremos a valor a las cosas inútiles y sin ninguna pretensión de practicidad y buscaremos aquello que es bello, para simplemente disfrutar y contemplar su belleza.

Si no aguantamos la primera sensación de vértigo seremos de aquellos que dicen, "el tiempo mata, matémoslo antes de que nos mate a nosotros". ¿haciendo qué? lo que sea. Enciende la tele, mira el móvil, pon la música, sal fuera, haz esto o lo otro y cánsate todo lo que puedas de forma que caigas en la cama muerto. Efectivamente, el tiempo mata.

No caigas en la trampa, el tiempo es la condición de posibilidad de todo lo demás.

Pedro.