Has nacido para el Cielo

¿Lo has escuchado alguna vez? El mismo mensaje es el primero que transmite el Señor cuando se dirige al gentío en el Sermón de la Montaña: <<Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.>>(Mt 5,3). No se anda por las ramas, ni pone el centro de sus esperanzas en esta tierra, sino en el Cielo. El sentido de tu existencia es que alcances la Vida Eterna y por lo tanto la Salvación. El mismo Jesucristo "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad."(1 Tim 2,4)

En ningún lugar, el Magisterio de la Iglesia católica asegura que todo el mundo se salvará, sino que la posibilidad de salvación convive con la de condenación eterna. El mismo Jesucristo nos habla claramente de la posibilidad del Cielo y del Infierno en el capítulo 25 según S. Mateo: "Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna"(Mt 25, 46).

Está claro que para el ateo o el agnóstico, o bien el practicante de otra  religión diferente al cristianismo, no hay de qué preocuparse: No creo en Dios, ni en la revelación de su Hijo Jesucristo, ni en la Iglesia ni su Magisterio, y por lo tanto tampoco creo en la Vida Eterna, ni en la existencia del Cielo o del Infierno (aunque algunas religiones diferentes al cristianismo, como el judaísmo o el Islam también creen en la Vida eterna, Cielo e Infierno). 

En este caso el hombre lleva, desde que es hombre, buscando un sentido a su vida. Dicha búsqueda puede desembocar en diferentes opciones de sentido como el placer, la perpetuidad a través de la familia, especialmente los hijos, o a través de algún hecho relevante, el recuerdo de los seres queridos o de los hombres en general, la fama, el poder, la gloria del mundo, la satisfacción de haber pasado por el mundo haciendo el bien o dejándolo mejor de lo que estaba, haber colaborado en el progreso de la ciencia, de las artes o de la sociedad en general, etc. 

En cualquier caso al final llega la muerte. Gracias a la cual, el hombre sabe que cuenta con un tiempo acotado para hacer bien los deberes y donde no siempre va a contar con tantas oportunidades como quisiera para ello.  Gracias a la mortalidad, el ser humano está llamado a medir bien a qué dedicará su vida, cómo lo hará y con qué fin lo hará, teniendo que decidir, rechazando unas opciones y eligiendo otras, haciendo uso de su libertad. La inmortalidad, bajo el paraguas del pecado o la debilidad del hombre, sólo daría lugar a un caos y desorden donde no importaría hacer bien ahora las cosas porque tengo la oportunidad de probarlo todo y sin miedo y si en algún momento quisiera redimirme de mis errores ya tendría todo el tiempo del mundo para hacerlo, pudiendo vivir un número ilimitado de vidas dentro de una misma.

Ahora bien, ¿cuál debe ser la actitud del cristiano ante el resto de los hombres? ¿Dejar que cada cual viva como quiera mientras que yo busque mi salvación, o anunciar sin paños calientes y a costa de la propia vida, como hicieron los profetas del Antiguo Testamento y el propio San Juan Bautista, ya en el nuevo, que es necesaria la Conversión para heredar la Vida Eterna?

¿Creemos los cristianos de hoy que está en juego la salvación o la condenación de millones de personas? ¿Creemos que, sin olvidarnos de la preferencia de la Misericordia Divina, este desenlace depende de la adhesión a Jesucristo o de su rechazo? Pues como dice el mismo Señor: <<Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo>>(Jn 17,3)

Esta adhesión puede ser explícita o implícita en nuestros actos, como podemos ver en el, referido anteriormente, capítulo del Juicio Final. En ese pasaje podemos ver cómo, aquellos elegidos para la Vida Eterna daban de comer, de beber, etc. sin saber que se lo estaban haciendo al mismo Jesucristo: <<Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.>>(Mt 25, 37-40). Del mismo modo habrá personas que se salven sin haber conocido a Jesucristo pero habiendo llevado una vida conforme al Evangelio.

Algo muy distinto es el rechazo a Jesucristo, a Dios y al mensaje de su Evangelio. Especialmente cuando esta forma de vida es deliberada y parte de una conciencia formada. Al final de los tiempos se pondrán en juego la Misericordia y la Justicia divina. Puede ser bueno recordar aquí las palabras del apostol Santiago: <<Hablad y actuad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad, pues el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio.>> (St 2, 12-13). Sí, al final habrá un juico, un juicio personal y otro universal donde quedará al descubierto todo lo oculto: <<Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público>>(Lc 8,17)

Existe una secularización creciente en la cristiandad, que ha llevado a un buenismo simplista que se concreta en dos afirmaciones rotundas:

El corolario al que estas dos afirmaciones llevan es que nos podemos olvidar de las cosas del Cielo y que el Infierno no existe. Vivamos de la forma más ordenada posible, cumpiendo las normas éticas y morales básicas, sin hacer daño a nadie y ya está. Se acaba asimilando ser buen cristiano a ser buena persona. Se cae de esta forma en un neopelagianismo mediante el cual no hace falta para la salvación el concurso de la Gracia divina. Podemos prescindir de la oración, los sacramentos y la vida de la Iglesia, es decir podemos prescindir de la relación con Dios.

El mismo cielo que se abrió con el bautismo de Jesucristo lo estamos cerrando. Hoy día puedes hacer la prueba de preguntar en la calle o en un colegio quién cree en las siguientes realidades: Cielo, Infierno, ángeles, arcángeles, Satán, demonios, salvación y vida eterna, condenación eterna, milagros, Gracia, Espíritu Santo, espíritus, endemoniados, santos; y no como algo teórico o conceptual sino presente en la vida diaria. La respuesta es decepcionante. Sólo existe lo que podemos tocar. Olvidando que nuestro origen está en Dios y que nuestro descanso sólo estará en Dios, cuando definitivamente gocemos de su presencia en la vida eterna. Porque el mundo material terminará, antes o después para cada uno de nosotros, y tendremos luego por delante la eternidad, gozando de la Gloria de Dios o por el contrario del tormento y la condenación en el Infierno. Pero de esto no gusta hablar.

Por eso sólo se evangeliza y se predica, en la mayoría de los casos, a los que ya están convencidos. Por eso falta parresía, se huye del proselitismo, (palabra, por cierto totalmente rechazada hoy día, salvo que seas un partido político) porque no se está realmente convencido de que hay una Verdad, que salva al mundo, y que esta verdad es Jesucristo. Y que sin esta Verdad, el mundo se condenará y perderá la Vida Eterna. Respecto a las religiones no cristianas, la Iglesia (ver Nostra Aetate 2) siempre ha mostrado su respeto, por lo que de santo y verdadero éstas pudieran contener.  Pero sigue recordando que <<tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.>> Por lo tanto, huyendo de falsos respetos que nos lleven a pensar que da lo mismo una religión que otra, aquí también tenemos tarea. Muchos cristianos perdieron su vida evangelizando a pueblos que profesaban otras religiones, por ejemplo a los musulmanes y podríamos, escudados en este respeto humano, estar lanzando el mensaje de que hicieron el tonto.

En definitiva hemos de volver a mirar al Cielo e invitar a toda la humanidad a que lo haga, porque cerrar el Cielo es olvidarnos de Dios y del sentido que sólo Él puede dar a nuestra existencia, que está llamada a ser eterna y no sólo temporal y sujeta al tiempo y al espacio. Si pudiéramos evitar una guerra que pusiera en juego la vida de millones de personas, pondríamos todos los medios posibles a nuestro alcance; sin embargo para salvar la vida eterna de millones de personas apenas hacemos un gesto. ¿Nos dice esto si realmente creemos en la vida eterna o cuánto queremos realmente a nuestros hermanos?

Viendo la situación del mundo actual tendríamos que estar gimiendo como lo hace S. Pablo ante un mundo que se muere, porque cierra el Cielo por encima de sus cabezas: <<Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo.>> (Rm 8, 19-23)

Sí, has nacido para el Cielo.


Pedro.