La iglesia no va de izquierdas o derechas sino de dos amores

La clasificación de partidos políticos como de "derechas" y "izquierdas" tiene sus orígenes en la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII. Durante este periodo, en la Asamblea Nacional Constituyente de Francia, los diputados se dividían en dos grupos principales: los "girondinos" (llamados así por provenir de la región de Gironda) y los "montañeses" (llamados así porque se sentaban en la parte más alta del salón de sesiones).

Los girondinos, en general, representaban a la burguesía liberal y abogaban por una monarquía constitucional y una economía más liberalizada. Mientras tanto, los montañeses, que incluían a figuras como Robespierre y Marat, defendían posturas más radicales y populares, como la abolición de la monarquía y la instauración de una república democrática.

Durante ese tiempo, los diputados que defendían los intereses de la nobleza, la Iglesia y la monarquía se sentaban a la derecha del presidente de la Asamblea, mientras que aquellos que abogaban por cambios más radicales y por la defensa de los intereses populares se sentaban a la izquierda.

Esta división ideológica inicial sentó las bases para la conceptualización de la política en términos de "izquierda" y "derecha". Aunque en aquel momento estas etiquetas no eran tan definidas como lo son en la actualidad, la distinción entre la defensa de los intereses del pueblo (izquierda) y los de la élite o el status quo (derecha) fue tomando forma con el tiempo.

Desde entonces, la clasificación de partidos políticos en términos de izquierda y derecha se ha extendido a nivel mundial y se utiliza como una forma práctica de resumir las posturas políticas y económicas de un partido o movimiento. Sin embargo, es importante destacar que estas etiquetas son simplificaciones y que la realidad política suele ser mucho más compleja y matizada.

Toda esta polarización, que hoy se sigue enriqueciendo con otros términos como progresistas y conservadores, está llevando a una simplificación tal de la sociedad que prácticamente nada cabe fuera de estos conceptos, siendo suficientes para definir completamente a cada individuo. O eres de izquierdas o eres de derechas. Y si eres de derechas, se puede inferir qué ocio disfrutas, qué ropa llevas, qué piensas de la familia, qué trabajo tienes o de qué dinero dispones en el banco; Y si eres de izquierdas, llevas tal tipo de ropa, eres ecologista, estás a favor del aborto, eres animalista, y tu ocio es de tal tipo.

Tal polarización sólo tiene un resultado final, el enfrentamiento; tanto más radical y mortal como radical o extrema sea la polarización. Una sociedad dividida en dos polos condenados a no entenderse y sin puntos intermedios que puedan servir de puentes.

El siglo XIX es un siglo convulso, donde el Modernismo irrumpe con fuerza, tratando de socavar el status quo y especialmente el papel de la Iglesia en la Sociedad. El Syllabus, decretado por el papa Pío IX en 1864, es uno de los primeros intentos para denunciar los errores del Modernismo, que tratan de imponer una sociedad secularizada.  Le sigue el Concilio Vaticano I, pero hasta la fecha no han quedado correctamente desarrolladas las razones que la Iglesia puede dar al mundo para retomar la centralidad en Cristo de la vida cristiana. Será el Concilio Vaticano II el encargado de hacerlo, pero durante todo el proceso previo al Concilio y durante el mismo (1959-1965), el mundo se asoma al mismo desde una mirada parcial, sesgada y equivocada. 

Los periodistas no tienen la formación suficiente para procesar la información que va destilando el Concilio y acaban simplificándolo todo, utilizando, entre otras, las categorías de izquierdas y derechas. Comienzan a hablar de obispos que están a la derecha o a la izquierda para referirse a los puntos de vista defendidos por ellos. 

Toda esta polarización, o esta mundanización, ha calado incluso dentro de la Iglesia y está haciendo mucho daño, pues ya se habla de si este obispo es más progresista o más conservador, o de izquierdas y derechas.

Sin embargo la Iglesia nada tiene que ver con esto. La única polarización que cabe en la Iglesia es la de con Dios o sin Dios. Vivir para Dios y basando nuestra vida en la fe en Él o vivir para el mundo, para uno mismo y de espaldas a Dios. Vivir con la mirada puesta en la Vida Eterna o con la mirada en los ídolos de este mundo y en nuestra finitud.

Porque ¿Es acaso progresista el asesinato de un niño en el vientre materno? ¿Es acaso lícito el enriquecimiento excesivo o las prácticas capitalistas salvajes a costa de los más vulnerables? ¿Es lícita la usura que sigue siendo el corazón del sistema bancario? ¿Es lícito el apoyo a las relaciones de personas del mismo sexo o a familias monoparentales? ¿Es progresista la manipulación genética en el ser humano, sin límites? Vemos como, puntos que unos pueden catalogar de izquierdas o de derechas no son lícitos para la Iglesia porque quedan fuera del plan de Dios y del designio de Amor para el ser humano. Es decir la Iglesia ni es de izquierdas ni es de derechas, ni es progresista ni es conservadora. La Iglesia, como Cuerpo Místico de Cristo, trata de llevar la Salvación, traída por Jesucristo, Hijo de Dios, a todos los hombres, para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad.

Los únicos polos, por lo tanto lícitos al hablar de la Iglesia, son las dos ciudades de las que hablaba S. Agustín: Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor.


Pedro Jara, diác.